domingo, 19 de diciembre de 2010

crónicas del loco...

Los Cazadores de Muertes Súbitas.

Parte 4

Los dos vigías velaban en vano desde su lugar estratégico, dando pequeños saltos con un solo pie para no entumirse y profiriendo maldiciones en sordina y sin cólera. En aquella callejuela rasgada por las salientes de viejos balcones, se experimentaba la sensación de asistir a la agonía del silencio. Eran como clamores filtrados por un tiempo infinito, gemidos que las mismas piedras emitían, un sollozo de de fatiga resignada de color de su propia  conciencia de eternidad hace pasiva sin, no obstante, amortecerla.
Uno de los hombres había retrocedido más hacia el vano del portal, buscando un nicho dónde encogerse y posiblemente dormitar. El otro le habló moviendo con dificultad los labios blancos.

-¡muevete, eh, si no quieres aparecer en los periódicos!

-Déjame... -murmuró el que se había doblado sobre sí mismo con el rostro sumergido en el pecho entre las solapas flojas del saco. Y no dijo nada más; se quedó quieto, esforzandose por concentrar todo el calor y evitando los movimientos que eran como aguijonazos que le penetraban la piel ablandada y gastada como un paño que se usó demasiado.
En un extremo de la calle taponeada por la obscuridad, se oyó, tenue pero distinguida, la señal del guardia.

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