jueves, 17 de diciembre de 2009

crónicas del loco...

EL DICCIONARIO DE LOS VIENTOS.


PARTE 7

Descripción [Opisanie]: Destacar y traducir a una forma verbal cualquier objeto o fenómeno concreto.



La D. tiende a identificarse completamente con la realidad (la así llamada objetividad), pero esta idea es inalcanzable porque cualquier objeto puede ser descrito infinitamente. Con relación a la D., consideramos innecesario aludir en las páginas del Diccionario de los vientos a la disputa medieval sobre los universales. No debe sorprendernos que la mayoría de los cronistas adoptasen el punto de vista de los nominalistas, que percibían la realidad como una burla sobre la individualidad humana: antes preferían llamarse por sus propios nombres y, luego, con el universal "hombre". Los cronistas fueron inducidos a ello por el estudio de las lenguas antiguas. Es de todos conocido que las palabras usadas para designar conceptos abstractos aparecieron mucho después que los términos concretos. Las palabras "padre" y "madre" son más antiguas que "progenitor", más abstracta.


Reflexionando de un modo semejante, Fata Morgana dio con su célebre demostración de la existencia del Relojero:

Las lenguas modernas, vulgares —escribió—, se vuelven cada vez más simples. A mayor antigüedad de una lengua, mayor es su complejidad, ya que tienden a una mayor D. literal de la realidad: ellas reflejan al máximo la diversidad del tiempo gramatical y de los números (existen no sólo números singulares y plurales, sino números dobles, etc.), contienen más casos gramaticales concretos y menos preposiciones abstractas, sencillamente más palabras para designar fenómenos concretos (colores, relaciones de parentesco, etc.). ¡Cuánto más compleja era la proto-versión , sobre la cual sólo tenemos una idea vaga y cuya historia se pierde en la noche de los siglos! Esta prelengua describía toda la diversidad del mundo con un número de construcciones semejante al número de fenómenos, objetos y vínculos entre ellos existentes en la realidad misma, es decir, un número infinito. En ella no existían palabras abstractas como "pájaro" o "árbol", sino que cada gorrión, cada haya, era bautizado con su propio nombre. La complejidad de esta lengua rebasa la capacidad humana, por lo que sólo puede ser la lengua de un ser todopoderoso y perfecto, es decir, el Relojero. Por ende, el Relojero existe (argumentum linguisticum in collectionem Tomae Aquinatis).

Desde este punto de vista la lengua se desarrolla de una cantidad máxima de detalles a una máxima generalización, y es la palabra Relojero, como está escrito en el Diccionario de los vientos, el límite comunicable de generalización de una lengua.


Lógicamente, tales cambios a nivel de la lengua acarrean cambios correspondientes en la D. Los anemófilos intentan presentar cualquier D. como fuera del tiempo, pero no siempre logran su objetivo.


Los cronistas, por su parte, han concluido que en la mayoría de las D. el hombre, a tenor de sus peculiaridades psicológicas, tiende a identificar la esencia de las cosas con su origen (lo que la lógica bautiza como "determinación genética"). En otras palabras, cuando se intenta describir una mesa se dice que es un "objeto de madera" ("se tala un árbol"), "que consiste en una tabla y unas patas" ("la tabla y las patas son hechas de piezas de madera que luego son pegadas").


Visto así, la D. del mundo no es sino la relación secuencial de su creación, toda vez que la creación y la generación sólo pueden ser pensadas dentro del tiempo. Basta con recordar las primeras líneas del Evangelio según Juan, cuyo logos griego no casualmente San Jerónimo tradujo como verbum, palabra que significa tanto "palabra" como "verbo" (ver también la etimología de la palabra "verbo" en la lengua rusa). Porque le corresponde al verbo reflejar el tiempo en la lengua. Para los latinos el tiempo estaba presente de manera invisible en cada palabra y, por consiguiente, en cualquier D. De ahí, concluyen los cronistas, que cualquier D. fuera del tiempo no tenga sentido.

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