jueves, 17 de diciembre de 2009

crónicas del loco...

EL DICCIONARIO DE LOS VIENTOS.

PARTE 2

Esta clara unidad del tiempo ya fue intuida por los antiguos: los hindúes, los evenos y otros pueblos, que representaban el tiempo en forma humana o animal, asignándole a cada intervalo temporal cierta parte del cuerpo. Los antiguos ya sabían que un día no debe ser separado de otro, ni un año de otro año. El pasado no puede ser liberado del futuro ni viceversa, como tampoco la mano derecha puede verse libre de la izquierda, ni ésta, a su vez, de la derecha. En esto consiste el designio superior de nuestro Señor. Dividir el tiempo significa exterminarlo, como lo demostró Zenón de Elea, también en la misma carrera tras respuestas a preguntas imposibles de responder.

Aunque Zenón fue sólo uno de tantos. En cualquier sociedad humana siempre han existido los que intentan someter el tiempo a semejante vivisección. Y, gracias a Dios, nunca se salen con la suya.

Unos, inspirados en el ejemplo de los lotófagos homéricos, tienden a "liberar" el futuro del pasado. El Diccionario de los vientos los llama anemófilos. Creen firmemente que el tiempo es infinito, y no les preocupa saber cuánto de él ya ha pasado, porque al no tener límite el infinito, tampoco existe un límite a los cambios del mundo en él. Los anemófilos aprueban cualquier cambio y prefieren el viento a la ausencia de éste, incluso si se trata de una fuerte tormenta.

Otros valoran por sobre todas las cosas al tiempo, al que consideran un "don de los dioses" cuya dilapidación irracional debe ser tenida como el mayor de los pecados. En el Diccionario de los vientos se les llama cronistas. Los cronistas no están seguros del futuro, así como tampoco están seguros de la infinitud del tiempo. En cambio, están seguros del pasado, y por eso tienden más a "liberar" el pasado del futuro, que trae consigo, junto con los cambios que tanto odian los cronistas, la incertidumbre.

Los anemófilos y los cronistas conviven en el mundo real, en el mundo del Diccionario de los vientos y en cada uno de nosotros. Aman, sufren, acometen problemas científicos y todo tipo de búsquedas, sostienen entre sí interminables discusiones en las que no hay vencidos ni vencedores, buscan respuestas a preguntas ya formuladas desde hace mucho, cuya existencia intuyen. Y dan con ellas tarde o temprano. Suele ocurrir que no les satisface lo que encuentran. Dudan, y comienzan de nuevo, una y otra vez.

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