jueves, 17 de diciembre de 2009

crónicas del loco...

EL  DICCIONARIO DE LOS VIENTOS.


PARTE 1

No existen preguntas sin respuestas. Dios conoce todas las respuestas que, sin embargo, pueden permanecer desconocidas para nosotros. Al emprender su búsqueda intuimos que existen y —tarde o temprano— damos con ellas. Pero con frecuencia no nos satisface el resultado. Dudamos entonces y reiniciamos nuestra búsqueda, intentamos emular la perfección de Dios, que todo lo sabe.

Así es la naturaleza humana. Enfrascados en discusiones interminables a menudo no notamos que, en esencia, ya hemos llegado a un acuerdo, que sencillamente le estamos dando diferentes nombres a las mismas cosas. Y, por el contrario, pasamos por alto que las más profundas contradicciones se esconden allí donde quedan ocultas, que solemos bautizar con el mismo nombre cosas absolutamente distintas. Científicos y filósofos no dejan de buscar respuestas a preguntas a primera vista muy simples: qué es un punto, qué es una recta, que son el tiempo, el infinito, Dios. Y son éstas palabras que usamos a diario.

Por otra parte, en un mismo objeto o fenómeno, varias personas pueden descubrir cosas absolutamente diferentes, dependiendo de lo que quieran ver. Y esto da pie a nuevas diferencias, discusiones, a nuevas interrogantes.

Ciertamente, el hombre desea responder todas las preguntas. Quiere utilizar las posibilidades de su cerebro al 100%, sin detenerse a pensar en lo que vendrá. Pero un cerebro que ha agotado sus posibilidades, que a pesar de contener un abismo de información es incapaz de generar una sola idea nueva, es un cuadro demasiado triste. No debe asombrarnos por eso que siempre valoremos nuestras capacidades como infinitas.

El hombre atribuye la cualidad de lo infinito a las cosas que le son más caras: a Dios, a sus posibilidades y sentimientos (y que el everlasting love termine por encontrar su fin, aunque sea con la muerte de los amantes, no es tan importante). Igual de infinitos —queremos creer en ello— son el espacio y el tiempo. Porque en caso contrario, también finito sería el número de preguntas y respuestas, y tarde o temprano al hombre nada le quedaría por conocer.

Tarde o temprano... Esta categoría temporal ya ha figurado dos veces en nuestras reflexiones, en ambos casos al mencionar la búsqueda de respuestas. Es el tiempo, ciertamente, lo que separa el planteamiento de la pregunta y la obtención de la respuesta. Para nosotros la diferencia entre el pasado, el presente y el futuro consiste, en última instancia, en la cantidad de lo que llegamos a conocer, en el número de respuestas que obtenemos. Son respuestas que Dios no necesita buscar, puesto que lo sabe todo. Porque si su todopoderío es real, entonces puede conocer, de manera instantánea, toda la infinita variedad del mundo en el tiempo y en el espacio. Dios no necesita que el tiempo exista. Los acontecimientos que asimilamos con una duración de varios siglos o milenios para Él son únicos, como es única la totalidad del mundo: su creación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario