domingo, 4 de octubre de 2009

crónicas perrunas...




Regreso aturdido pero aquí estoy, todavía intentando asimilar tantas cosas que han pasado en estos quince días de reflexión fuera del blog que me he tomado.
Me cuesta, reconozco que en ocasiones sumo días en los que a mi cerebro de Bull dog le resulta casi imposible asimilar, filtrar tanto desorden, tanto caos. Me tumbo en el suelo caliente de la terraza con un aire suave moviendo mis orejas y pienso: ¿por qué es tan complicado para los humanos alcanzar la felicidad, esta felicidad? Un poco de sol, un poco de aire, comida, paseos, cosquillas y lametones, dormir...
Leo periódicos, veo la televisión: hombres que matan a mujeres, mujeres que matan a niños, bombas nucleares, héroes deportistas, aviones que se caen, muertos por hambre en un lado y muertos por gula en el otro. Elecciones: políticos desnudos y políticos vestidos que hablan mucho sin decir nada; atiendo a sus palabras, a sus discursos, pero no consigo saber qué es lo que quieren al margen de ganar.
Piso los periódicos y no miro la tele, un libro, sólo un libro y me voy a Marte, quizá allí marchen mejor las cosas. Crónicas Marcianas (Ray Bradbury) tirado por el suelo y yo que lo cojo con ilusión, con ganas de escapar de la tierra por unas horas. Paso páginas y la cosa no mejora, los humanos siguen haciendo de las suyas: conquistan y matan; buscan pero no encuentran la felicidad:


(...) los hombres de Marte comprendieron que si querían sobrevivir tenían que dejar de preguntarse de una vez por todas: ¿para qué vivir? La respuesta era la vida misma. La vida era la propagación de más vida, y vivir la mejor vida posible. Los marcianos comprendieron que se preguntaban ¿para qué vivir? en la culminación de algún período de guerra y desesperanza, cuando no había respuestas. Pero cuando la civilización se tranquiliza y se calla, y la guerra termina, la pregunta se convierte en insensata de un modo nuevo. La vida es buena entonces, y las discusiones son inútiles.


Crónicas Marcianas (Ray Bradbury; 1946).

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